Una cultura maximalista de rescates y ayudas estatales est� hinchando y, con ello, desestabilizando el sistema financiero mundial.

Por Ruchir Sharma

A medida que se extienden las avalanchas bancarias, ha quedado claro que cualquiera que cuestione un rescate gubernamental para los que se vean atrapados ser� tachado de liquidacionista de los �ltimos tiempos, como los que aconsejaron a Herbert Hoover que dejara quebrar a las empresas tras el crack de 1929.

Liquidacionista desaf�a ahora a fascista como el insulto m�s inexacto de la pol�tica. Es cierto que ya no es pol�ticamente posible que los gobiernos no lleven a cabo rescates, pero se trata de un problema que ellos mismos han creado.

Las �ltimas d�cadas de dinero f�cil crearon mercados tan grandes –casi cinco veces m�s grandes que la econom�a mundial– y tan entrelazados, que la quiebra incluso de un banco de tama�o medio supone un riesgo de contagio mundial.

M�s que por los bajos tipos de inter�s, la era del dinero f�cil estuvo marcada por un reflejo estatal cada vez m�s autom�tico de rescate: rescatar a la econom�a de un crecimiento decepcionante incluso durante las recuperaciones, rescatar no s�lo a los bancos y otras empresas, sino tambi�n a los hogares, las industrias, los mercados financieros y los gobiernos extranjeros en tiempos de crisis.

Las �ltimas corridas bancarias demuestran que la era del dinero f�cil no ha terminado. La inflaci�n ha vuelto, por lo que los bancos centrales est�n endureciendo su pol�tica monetaria, pero el reflejo de rescate sigue ganando fuerza.

Cuanto m�s crece, menos din�mico se vuelve el capitalismo. En marcado contraste con el estado minimalista de la era anterior a 1929, Estados Unidos lidera ahora una cultura del rescate que sigue creciendo hasta nuevos extremos maximalistas.

Los problemas actuales se han comparado con las corridas bancarias del siglo XIX, pero los rescates eran raros en aquella �poca. La hostilidad fundacional de Estados Unidos hacia el poder concentrado le hab�a dejado con un gobierno central limitado y sin banco central.

En ausencia de un sistema financiero, la confianza se manten�a a nivel personal, no institucional. Antes de la guerra civil, los bancos privados emit�an sus propias monedas y cuando la confianza fallaba, los depositantes hu�an.

Si la Reserva Federal de Estados Unidos hubiera existido entonces, no habr�a ayudado mucho. La �tica de los bancos centrales europeos contempor�neos era ayudar a los bancos solventes con garant�as s�lidas; en la pr�ctica eran m�s duros, protegiendo sus propias reservas y «rechazando a sus corresponsales necesitados», como dice una historia de la Fed.

Un gobierno moderado fue una caracter�stica clave de la revoluci�n industrial, marcada por dolorosas recesiones y s�lidas recuperaciones, que dieron como resultado una fuerte productividad y un mayor crecimiento de la renta per c�pita. Ya en los a�os sesenta y setenta, la resistencia a los rescates estatales segu�a siendo profunda, ya se tratara de un gran banco, una gran empresa o la ciudad de Nueva York.

Aunque los primeros a�os de la d�cada de 1980 se consideran el momento crucial de la retirada de los gobiernos, en realidad esta �poca estuvo marcada por el auge de la cultura del rescate, cuando Continental Illinois se convirti� en el primer banco estadounidense considerado demasiado grande para quebrar.

En una medida que entonces era radical y ahora es reflexiva, la Federal Deposit Insurance Corporation ampli� la protecci�n ilimitada a los depositantes de Continental, al igual que ha hecho con los depositantes de SVB.

Las recientes avalanchas bancarias se han comparado con la crisis de ahorros y pr�stamos de los a�os ochenta. Desencadenada en parte por una regulaci�n que hac�a imposible que las cajas de ahorros y pr�stamos compitieran en un entorno de tipos al alza, la crisis fue resuelta por los reguladores, que liquidaron m�s de 700 de estas «cajas de ahorros» con un coste para los contribuyentes de unos 130.000 millones de d�lares.

El primer rescate preventivo se produjo a finales de la d�cada de 1990, cuando la Reserva Federal organiz� el apoyo a un fondo de cobertura profundamente vinculado a los mercados extranjeros, con el fin de evitar la amenaza de una crisis financiera sist�mica.

Esos rescates palidecen al lado de los de 2008 y 2020, cuando la Reserva Federal y el Tesoro batieron r�cords de billones de d�lares creados o concedidos en pr�stamos y rescates a miles de empresas del sector financiero y de otros sectores, tanto nacionales como extranjeras.

En cada crisis, los rescates mantuvieron la tasa de impago de las empresas en niveles inesperadamente bajos, en comparaci�n con los patrones del pasado. Ahora est�n haciendo lo mismo, incluso cuando suben los tipos y comienzan las avalanchas bancarias.

Los peligros no son s�lo morales o especulativos, como muchos insisten: son pr�cticos y actuales. Los rescates han provocado una mala asignaci�n masiva de capital y un aumento del n�mero de empresas zombis, que contribuyen enormemente a debilitar el dinamismo empresarial y la productividad.

En Estados Unidos, el crecimiento de la productividad total de los factores cay� a s�lo el 0,5% despu�s de 2008, frente al 2% registrado entre 1870 y principios de la d�cada de 1970.

En lugar de reactivar la econom�a, la cultura del rescate maximalista est� inflando y, por tanto, desestabilizando el sistema financiero mundial. A medida que aumenta la fragilidad, cada nuevo rescate refuerza la necesidad del siguiente.

Nadie que piense en ello durante m�s de un minuto puede sentir nostalgia del doloroso, aunque productivo, caos de la era anterior a 1929. Pero muy pocos responsables pol�ticos reconocen que estamos en el extremo opuesto: los rescates constantes socavan el capitalismo.

La intervenci�n gubernamental alivia el dolor de las crisis, pero con el tiempo reduce la productividad, el crecimiento econ�mico y el nivel de vida.

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