Por Thomas Kolbe
Donald Trump se mantiene fiel a su estilo y proyecta su dominio en el tablero geopolítico, incluso de manera simbólica. Tras anunciar un acuerdo comercial con la Unión Europea en su resort de golf en Turnberry, Escocia, ahora se han programado negociaciones de paz sobre el conflicto en Ucrania con el presidente ruso Vladimir Putin en Alaska.
La elección del lugar para una negociación suele definir el equilibrio de poder entre los contendientes.
En este sentido, la decisión de que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el primer ministro británico, Keir Starmer, viajaran —sin alarde militar— al resort privado de Trump en Turnberry para ser «ubicados» políticamente por el presidente estadounidense debe interpretarse como una clara demostración de fuerza.
El resultado de esas conversaciones lleva a una conclusión inevitable: la Unión Europea ya no juega en la liga de las grandes potencias.
El interés de Washington en los asuntos intraeuropeos se ha enfriado notablemente, centrándose en dos prioridades: una retirada ordenada de los compromisos militares y la defensa de los intereses corporativos estadounidenses en el mercado único europeo.
Estamos presenciando un cambio de poder del Atlántico al Pacífico.
Europa pierde influencia
No es ningún secreto: China y Estados Unidos marcarán los estándares de la política internacional en el futuro. Rusia, el país con mayores recursos naturales del mundo, puede ser etiquetada por los europeos como un estado paria y el epicentro de todo mal, pero esto no cambia el hecho de que la era del dominio europeo poscolonial está llegando a su fin. Moscú no tendrá problemas para jugar sus cartas en el mercado de recursos fuera de la esfera de influencia europea, que se reduce cada vez más.
En este contexto, el presidente ruso Vladimir Putin viajará el 15 de agosto a “territorio neutral” en Alaska —anteriormente parte de Rusia— para negociar preliminarmente los términos de paz en Ucrania con el presidente Trump. Trump ve avances en el estancado conflicto y destaca que las conversaciones probablemente conduzcan a un acuerdo de intercambio de territorios “en beneficio de ambas partes”.
Aunque el gobierno ruso no ha emitido un comunicado oficial, todo indica que Moscú no devolverá los territorios ocupados en Donbás, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, ni Crimea. Rusia mantiene actualmente la iniciativa militar y está incrementando la presión sobre Ucrania y sus aliados para forzar una resolución.
Para no opacar el encuentro personal, la Casa Blanca pospuso un ultimátum de aranceles —originalmente programado para el 9 de agosto— que habría impuesto un 100% de derechos sobre los bienes rusos si la guerra continuaba, retrasándolo hasta el 27 de agosto.
Alaska como señal
Habrá que esperar para ver qué sucede en el ínterin y si posibles interrupciones descarrilan una vez más este cauto acercamiento. Se recuerda la muy comentada visita del ex primer ministro británico Boris Johnson, quien, dos meses después del estallido de la guerra, actuó como una especie de diplomático en la sombra para rechazar un acuerdo de paz propuesto por Rusia.
Lo que ahora vuelve a estar sobre la mesa —un intercambio de territorios y la exclusión de Ucrania de la OTAN— fue rotundamente rechazado en aquel entonces. Cientos de miles de muertos y heridos después, parece haber un renovado giro hacia la diplomacia ante la sombría situación militar.
Esta vez, sin embargo, son los estadounidenses quienes presionan a las partes en conflicto. Desde Europa, poco se escucha aparte de intensos esfuerzos de rearme y una declarada voluntad de “remilitarizar” a la población, como ha enfatizado repetidamente el gobierno alemán.
Hilo diplomático retomado
El hilo diplomático se retoma ahora en Alaska. Hasta 1867, Alaska fue territorio ruso antes de que Estados Unidos lo comprara al zar Alejandro II por 7.2 millones de dólares, tras la derrota de Rusia en la Guerra de Crimea que dejó exhaustas sus arcas.
La geografía aquí habla por sí misma: Alaska se encuentra entre Rusia y Estados Unidos, separada solo por el estrecho de Bering, simbolizando la vecindad directa de dos grandes potencias que podrían estar entrando en una nueva fase de acercamiento en un orden mundial que cambia rápidamente.
Para las negociaciones sobre Ucrania, la ubicación señala que incluso las divisiones geopolíticas más arraigadas pueden superarse mediante acuerdos pragmáticos. Al mismo tiempo, Alaska tiene una importancia estratégica para el Ártico, cuyas rutas comerciales y recursos probablemente se integrarán en la futura arquitectura del poder global.
Al recibir al presidente ruso en un lugar tan neurálgico, Trump fusiona la reconciliación histórica con la política de poder actual, creando un escenario simbólico que sugiere disposición al compromiso sin ceder soberanía.
El movimiento de Trump
Lo que podría parecer un golpe publicitario en los titulares es, en realidad, un movimiento al más alto nivel geopolítico. Al invitar a Putin a suelo estadounidense, Trump rompe abiertamente con la doctrina predominante de mantener a Rusia aislada.
La orden de arresto de la Corte Penal Internacional, el régimen de sanciones, años de una imagen de enemigo cuidadosamente cultivada: todo eso, si el encuentro tiene lugar, perdería relevancia con una sola fotografía.
El mensaje es claro: las reglas que el establishment de política exterior considera intocables son negociables, no están grabadas en piedra, al menos si el presidente de Estados Unidos así lo decide.
A puerta cerrada, el enfoque probablemente estará en redefinir esferas de influencia: un posible fin al conflicto en Ucrania a cambio de concesiones rusas, como energía, acceso al paso ártico o incluso un distanciamiento gradual de Pekín.
Para Trump, la reunión ofrece la oportunidad de atraer a Rusia, tal vez a través del comercio, hacia la órbita geoestratégica de Estados Unidos. Esto estaría alineado con el acuerdo de materias primas firmado con Ucrania en abril, que otorga a Estados Unidos acceso exclusivo a los recursos de tierras raras del país, así como a ciertas reservas de petróleo y gas.
Sin embargo, la verdadera prueba de esta reunión radica en el funcionamiento interno del aparato de poder estadounidense: ¿podrá Trump llevar a cabo una operación tan poco convencional sin sabotajes por parte de su propio aparato de seguridad? Si logra iniciar un sólido proceso de paz, habrá demostrado que tiene el control total de la estrategia de política exterior de Estados Unidos.
Eso sería un golpe decisivo contra los neoconservadores que presionan por una escalada en Ucrania y un paso más hacia la paz.